El día que casi me linchanA finales del año 2013 tuve el privilegio de ser parte del equipo de un documental llamado El Corazón de la Montaña. Fue grabado para una mina en San Marcos. Para ese entonces tenía 17 años e ingresar a estas instalaciones fue un gran proceso. A pesar de que tuve muchas restricciones pude realizar mi trabajo: grabar más de dos terabytes de timelapses.
La minería en Guatemala es un tema delicado y aún más en los pueblos que rodean las minas. Uno de los que más oposición tiene es San Miguel Ixtahuacán. El productor tenía una serie de señales para avisarnos sin tener que alzar la voz que debíamos irnos o que debíamos correr pues corríamos riesgo en cada pueblo que visitábamos. Mientras la mayoría del equipo de filmación estaba dentro de un hospital grabando una entrevista el productor y un guardia de seguridad industrial me acompañaron a grabar en los alrededores. Justo al lado del hospital había un cementerio colorido y árboles sin hojas llenos de zopilotes. Coloqué dos cámaras y empezaron a capturar una foto cada tres segundos.
No pasó mucho tiempo para que las personas del pueblo notaran nuestra presencia o más bien dicho la mía. Un señor se acercó a mí me empezó a alegar y a gritar. Gracias a Dios estaba conmigo el guardia. Me dio paz saber que estaba ahí conmigo pero ya había escuchado que debíamos tener mucho cuidado. Creo que el chaleco me delató porque en unos pocos minutos varias personas del pueblo se habían organizado y se dirigían hacia donde estábamos. El guardia me dijo calmadamente que ya era hora de guardar las cosas y le hice caso. Me dijo que él se iba a encargar y que caminara a avisarle a los demás que había que irnos cuanto antes. Empecé a caminar con el corazón latiéndome fuertemente. Dejé los dos trípodes y solo recogí las cámaras.
Me había alejado unos 50 metros de mi guardia cuando una camioneta roja pasó al lado mío y luego se atravesó en la carretera. ¿Y ahora qué hacía? Sinceramente no me sabía de memoria el Salmo 23 pero empecé a decir suavemente lo que me recordaba que había escuchado. Estaba asustado pero seguí caminando. Pasé al lado de la camioneta y esta encendió el motor. Retrocedió un poco y avanzó junto a mí por varios metros. Seguía asustado pero no quería voltear al lado. Yo seguía repitiendo lo que recordaba. El carro avanzó un poco más y se detuvo. Las ventanas se bajaron y en ese momento sí miré hacia ella. Eran varios hombres que al momento de verme se asustaron y tras rechinar las llantas se perdieron de mi vista en la montaña.
Sinceramente no sé qué habrán visto los que iban dentro de la camioneta. Tengo fe de que Dios les abrió los ojos y se dieron cuenta que no estaba solo. Al ver que ya no había nadie siguiéndome mire hacia atrás para ver si el guardia ya venía hacia el hospital pero no fue así. Yo estaba a la mitad del camino y empecé a correr. Al llegar con el resto del equipo les dije casi sin aire que debíamos irnos ¡yaaaaa! Todos nos subimos al microbus y por un poco creí que ya no vería al guardia. Sin embargo él era el conductor, él tenía la llave. Nos quedamos dentro del microbus y finalmente él llegó corriendo. Regresamos a la mina entre risas de mi gran susto, de cómo había llegado corriendo y de cómo estaba de pálido del miedo.
A los ojos del mundo puede que parezca que estamos solos pero cuando le entregamos nuestro corazón a Dios nunca estamos solos. Quizá no hayas estado a punto de ser linchado por un pueblo entero pero Dios sí te ha librado de muchas situaciones que probablemente ahora estés haciendo memoria. Dios siempre cuida a sus hijos pero Él también es un caballero y espera a que con la autoridad que Él nos ha dado pidamos ayuda. Nuestra oración no debe ser perfecta para conmover el corazón de Dios. Él solo necesita que con palabras sinceras reconozcamos que lo necesitamos. Si hoy sientes soledad mi oración para ti es que Dios pueda abrazarte con Su perfecto amor y hacerte recordar todo lo que para Él significas.
#Escritoestá: ¡Cuánto te amo, Señor, fuerza mía! El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite! Invoco al Señor, que es digno de alabanza, y quedo a salvo de mis enemigos. ¡Cuán precioso, oh Dios, es tu gran amor! Todo ser humano halla refugio a la sombra de tus alas. - Salmos 18:1-3, 36:7 NVI.
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